AÑO 1836. DOMINGO RUBIO. UN HOMBRE DESCOMUNAL DE CASAS ALTAS
Principios
del año 1836. Durante la "Regencia" de María Cristina de Borbón por minoría de
edad de su hija la futura reina Isabel II (que entonces todavía tenía 5 años), en plena I Guerra Carlista (1833-1839) y como presidente del gobierno Juan
Alvarez Mendizábal, aparece en prensa una curiosa noticia con fecha 20 de
febrero.
Esta
noticia habla de un personaje de Casas Altas, llamado Domingo Rubio, por lo
visto, un ser descomunal por su fortaleza y "costumbres alimenticias".
En
aquella época Casas Altas era aldea de Ademuz, pues no fue municipio
independiente hasta 1845.
Recojo esta misma noticia de dos diarios distintos: "Revista Española" y "Eco del Comercio". No dudo que haya exageración en estas narraciones, pero lo que no cabe duda es que sería algo extraordinario, para que la prensa nacional publicara esta noticia.
El
periódico "Revista Española" (Madrid), de 20 de febrero de 1836, publica el
siguiente artículo, que copio textualmente:
TRAGABALAS
Y CUREÑAS
Del
“Diario Mercantil” de Valencia copiamos el siguiente artículo que prueba los
raros fenómenos de la naturaleza.
“Para
que a este nuestro siglo de novedades y reformas no le faltasen las más estrañas
y originales, era preciso que así como se han visto hombres que han vivido sin
comer en mucho tiempo, los hubiese también que no hiciesen diferencia de
alimentos, y tragasen y digiriesen indistintamente cuanto les viniese á la
mano. ¡Lástima no hubiera algunos centenares de individuos como el que vamos á
citar, á quienes se pudiese encargar la defensa de una plaza fuerte, con la seguridad
de que no serian rendidos por hambre! La carta que a continuación copiamos, es
de un sugeto de carácter, y de cuya veracidad podemos salir garantes. Hé aqui como
se esplica tocante al hombre estraordinario de quien estamos tratando”.
“Es
cierto que hay en la aldea de Casas altas de Ademuz un hombre llamado Domingo
Rubio, de una fuerza colosal y que se come todo lo que se le presenta. Cuando
vino á Cabrevar [por “cabrevar” se denominaba en aquella época, a exigir
determinados pagos atrasados sobre derechos reales de las tierras (“censos” y “laudemios”,
debidos o indebidos)], me dijo que se comería todos los libros del despacho, si
se le perdonaba lo que debía.
Una
tarde estando el escribano Iñigo en su aldea, le dijo que, si se comía un
puñado de pelo que había en el suelo, le daría un cuartillo de vino: se comió
el pelo; después mucha paja con espigas y aristas, una calceta vieja, dos
sarmientos secos y una pelota. Otro día se comió diez y seis libras de tea: se
come la comida de los cerdos y cuanto encuentra: tiene buen genio, y se incomoda
pocas veces; pero cuando lo hace, es temible.
Es
de advertir que el tal Rubio alcanza una fuerza prodigiosa. Trasladó de un
punto a otro un enorme peñasco que entre muchos hombres no podían mover. Su
amo, que había apostado con él dos mulas á que no lo llevaría, quiso pagar la apuesta,
mas él reusó admitir las mulas, y solo le pidió en cambio una merienda. Gastó
su amo cuarenta reales en bacalao, sardinas, pan y vino, y de todo dio cuenta
sin desperdiciar nada. Ha sucedido ponerle en un pesebre un pienso de paja y
cebada al lado de una caballería con igual ración, y él con las manos atadas a
la espaldas despacharla antes que la bestia que comia a su lado.
Otra
vez se le amarró a una estaca en un campo de alfalfa, y junto á él otra
caballería igualmente asegurada, y en menos tiempo que su compañero limpió de
verdura la área circular adonde alcanzaba la cuerda con que estaba sujeto.
Digasenos
ahora sí no este pasmoso descubrimiento. ¡Bendito sea aquel que con tan admirable
providencia, mantiene a sus criaturas!
El
periódico "Eco del Comercio" (Madrid), publica el siguiente artículo, con fecha
20 de febrero de 1836 y que decía literalmente:
“En
la aldea de Casas altas de Ademuz, dice el Diario Mercantil de Valencia del 15
del corriente, que hay un hombre llamado Domingo Rubio de una fuerza colosal y
que se come todo lo que se le presenta, y en tanta cantidad como una caballería
mayor. Atadas sus manos á la espalda y lleno de pesebre de paja y cebada lo
despachó en menos tiempo que una bestia que tenía igual porción en otro inmediato.
A este hombre no le será sensible habitar en los montes y hacer las faenas de
los animales, y si su entendimiento se parece á estos le será indiferente
cualquier sistema de gobierno”.
Por mi parte, nada más que añadir...
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